El crujir de la puerta que dejo atrás marca la pauta donde se inicia el dia a dia semanal. Un camino de cemento con patrones de ladrillo se posa e impone sobre el pasto originario, que posa fuera del edificio raudo. Los arbustos que delimitan al pasto de la acera albergan bolsas de comida basura o papeles que asilan notas inimportantes, dependiendo del dia. La masa espectante es más numerosa que el común de las mañanas; como rebaño ciego se empujan y hacen presión para poder ingresar al carruaje que los lleva al sitio donde gastan el resto del dia pudriendose productivamente.
Siendo que el vehículo es de variante oruga, me poso sobre el acordión que articula sus dos extremos, sin la necesidad de colgar de tubos malconexos. Unos asientos atrás, está sentada con ropa ad-hoc al dia, con excesivo abrigo colorinche. Se cruzan las miradas y al reconocerme frunce el ceño, como quién mira a un viejo amigo que se torna en antagón por alguna traición. La próxima parada acaba con el encuentro semanal que resalta en un mar de monotonia. Pequeñas ventanas exhiben un magno cráter, donde se ve erguido un esqueleto metálico con piel de concreto. La grán fosa ha adquirido una dimensión plana; los golpes diarios que dá la ciudad entumecen y lo que alguna vez maravilló pasa inadvertido. Por unos instantes, me transformo en un ente iconoclasta; la música que distrae a mis oídos se contradice con la iglesia inhabitada y yo como mediador de dos fuerzas en pugna que me son indiferentes. Un castillo pequeño gótico me hace preguntar si sirve como techo para algún aristócrata extravagante del ayer, cuando se cruzan y entran dos treintañeros en uniforme oficinista. No hay espacio para el fantaseo. Lo que sigue es una bruma de imágenes que dilucidan otro viaje en transporte colectivo que en instantes me posan frente al instituto, donde me descompongo productivamente en el rubro que motiva.
miércoles, 20 de junio de 2007
martes, 19 de junio de 2007
Era en la casa de mi ex-novia, cuando ya no estabamos juntos, donde se creia (y comprobaba) que tenia grán afición por la carne (comestible; músculos de vacas y cerdos; a veces orgánicos a veces artificiales). Es en mi casa donde voy a la cocina, abro el refrigerador. El paquete de churrascos prefabricados JUMBO es el que me arroja a un tiempo relativamente distante, donde esa L que era considerada (y usada como) cocina. El freir de los bloques de hielo marrones ornaban al paisaje sonoro de las tardes dominicales. Mi instinto, en cierto modo de supervivencia, gatilla desdén entrañal para mantenerme alejado del producto, productor de nostalgias.
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