viernes, 23 de enero de 2009

El constante fluir vehicular que le da pulso a la ciudad me invita a la aventura como una metáfora visual; transporte vehicular mecánico, alimentado por el combustible que le sacan a las venas de la tierra, resquebrajadas en movimientos teutónicos que nosotros y nuestros hermanos asiáticos, al otro lado del globo, contenemos con esa arquitectura telúrica. Mi arquitectura parchada, violentada por los remezones, errabundea como un camello de guerra en un desierto, una marcha firme hacia el oasis que le alberga y después del apego le expulsa con aguas miasmáticas y ataques iraníes. Noble camello perpetuo y túrgido, en una marcha constante, agonizante, entropiíta. Venid a saciar al camello, venid a brindar en su gloria, compartamos nuestros camellos y acabemos con la soledad global que aplacamos en los casinos neones, con litros de alcohol en nuestras venas y orquídeas nocturnas que nos dejan al romper la banca.

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