miércoles, 3 de marzo de 2010

Las escuelas de cine y muchos cineastas buscan la pulcritud y la competencia técnica para poder contar relatos correctos y pulcros. La educación social hace que esas búsquedas formales sean al final las acogidas y las correctas, estableciendo la norma y el camino que muchos realizadores siguen y buscan, limitando las posibilidades a esto. Esta pieza me ha mostrado que todos ya hemos nacido con la forma adentro. Claramente los realizadores de esta pieza no tenían mucha idea de lo que estaban haciendo. La formalidad que rige el cine deja a esta pieza como una bestia errante y tambaleante vestida de incoherencias. Los mismos errores que son repudiados se hacen nuevos enfoques y caminos nunca tomados que tuercen la lógica común del relato, ampliando el espectro del cómo contar. Esta película me es una pieza avant-garde, una especie de cine arte y de experimento formal. Se ve que no eran las intenciones de los creadores llegar a esto, pero esa misma inconciencia técnica me hace ver que la obra se para en sus propios pies y camina por sí sola. Se escapa del control y toma vida propia. Eso es poesía. Pronto la academia sucumbirá obsoleta. No hay nombres en la zona del silencio.

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