Prometheus Fessel: Antichristhus
Las barreras de los tabúes caen, lo abyecto sale a la luz; todo lo que se expone a la luz se hace luz a su vez. En los ochentas, William Lustig se daba la molestia de hacernos un elaborado setup donde un niño de 6 años se refugia en la manzarda de su casa, protegiendose de un ataque de pandilla, la muerte inminente e inevitable representada por un plano de afuera de la casa donde una ventana explota de un escopetazo, chorreando sangre. Hoy Lars da un paso más y nos muestra el niño estrellándose contra el alquitrán rígido.
Anticristo es una película de terror supernatural psicológica art-house nihilo misógina misántropa iconoclasta pagana. Si bien donde leamos o busquemos, encontraremos, aludiré a los puntos que más me resaltaron y me bofetearon el rostro.
Por una parte, se nos presenta el estrangulamiento de la calidez al iniciar, instalando de un principio la relación paciente-terapeuta de la pareja. No se nos relata una historia elaborada de la formación de la familia y los intrincados hilos rizomaticos que envuelven cada relación. Basta con una secuencia inicial donde muere HIJO, ícono universal, transversal a etnias, generaciones, incluso especies, para dejarnos claro que hay dolor. Este inicio aniquilador de arquetipo nos instala el tinte psicoterapeutico del largometraje. Dafoe es la fuente de terror y el abusador de Gainsbourgh, tomando el camino que tienen las terapias modernas de choque, empujarte al temor. Bajo la lógica del psicoanálisis aplicado el demonio se encontraría en ella, siendo él el bienhechor. La iluminación, dios cromático, se encarga de hacer de la atmósfera una de enclaustramiento, prisión, opresiva. Ella es la prisionera.
La mano de la ciencia guía la pareja hacia una casa en la pradera. En ella los papeles se intercambian; la ciencia se ve rodeada por la natura, el templo de Satán. Las fuerzas metafísicas se manifiestan y se imponen sobre lo humano. El folklore pagano entra al relato y le da el poder que da el contrapeso y le oprime a él, dándose el quiebre cuando Dafoe se ve perturbado por un sueño, siendo que Freud ha muerto.
El instinto uterino fulgurante toma el control, siendo que la mujer se ve controlada por la naturaleza. Aquí las hordas de feministas destruyen las salas del biografo, clamando justicia dentro de un mundo que les difama, ciegas a la cultura europea de siglos pasados HAXAN SAMHAIN, la fuerza de la naturaleza tomando el espíritu de jovencitas castas, sacando en ellas el instinto lupus. Toman el impulso masculino. Gainsbourg pide violencia, sale a hacer el amor con ella misma y con madre natura, se monta sobre él a la mala, dominante. Le apalea el aparato. Los papeles han cambiado. La misoginia continúa con la búsqueda de la anhedonia, decapitando el clítoris, cerrando la puerta donde entra el mal. A pesar de esto, Dafoe quema a la bruja en la pira.
El flujo de esta película es una involución de lo racional, cuerdo, correcto (santo) hacia el impulso animal, lo primigenio, brutal (satan). Se ilustra con imaginería sublime, con flashazos de rostros que la retina apenas capta, el subconsciente hambriento digiere con gusto. La evocación del mal supernatural no hace una irrupción más violenta cuando lo hace tomando el camino de lo racional y rompiendo sus cristales.
Moralistas (si es que todavía quedan) siguen en su pugna eterna, limpiando los medios donde las mentes de las sociedades se alimentan (“quien controla tu ojo controla tu mente” T. Leary). Solo ciertos mensajes pueden ser ilustrados y difundidos.
Bien sabía Walt Whitman que la vida lo abarca todo. Tanto el niño en la cuna rodeado por familiares mistificados como el muerto en el féretro, festín de gusanos, son dignos de alabanza puesto que todo es vida. Tomemos todos los íconos que rigen nuestra moral y acabemos con las lenguas para hablar el verdadero lenguaje y apreciar el mundo desnudo, tal como es. La búsqueda personal tiñe todo lo que hago.
Buenas noches.
Martín Bohte.
miércoles, 3 de marzo de 2010
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