Las erupciones del muro verde se mimetizan en mi viejo rostro
La infancia se escurre por las grietas del tiempo.
Las grietas en mi rostro me clavan en el ahora
Y para poder explicarte lo que ocurrirá mañana, dendré que remontar
en el ayer, hijo mio.
Era tímido y mamá me apoyaba en ello. Buscaba estudiar derecho, pero me dí cuenta que la justicia vendría por otras vias.
Mamá quería retenerme. No quería que dejase el nido.
Mi soledad era aplacada por las calles hostiles del puerto.
Nancho estuvo a mi lado, hasta aquél momento que nos llega, hijo mio, donde tenemos que separarnos de quienes amamos para descubrir quienes somos.
La cancha era la cuna en medio del mar de concreto.
Añorabamos el verde pasto cuando pisabamos el asfalto.
Viejos ojos me observaban, en mi mente o en el mundo.
El puerto era un panal de amistades anónimas
Nunca te das cuenta cuando estas ante las puertas del infierno.
Mujeres del puerto; orquideas nocturnas, marchitaban al alba.
Ramón murió. Pasaba a ser el instrumento de una nueva conciencia.
No quería aceptar las señales
Ella dejó de ser mamá cuando la mentira se me enrostró
La soledad fue absoluta, Nancho. Ni siquiera tú comprendiste.
Las calles comunes tenian nuevos aromas.
Entre canes y cerveza se iba el día.
El puerto nos traía y despedía personas. La soledad que eso implicaba, la apaciguaba
con Nancho. Años de amistad, videojuegos de décadas atrás y el fútbol de barrio y el de madera eran los lazos que nos mantuvieron unidos. Atesora a los tuyos, Miguel Ángel.
miércoles, 3 de marzo de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario