jueves, 26 de abril de 2007

NN

Animosidad. El desdén que se lleva por ciertos indeseados. Se explaya o se enmascara. En mi caso, no dudo en usar una máscara sicológicamente impuesta, puesto que la cobardía ha anonadado a mi ser por mucho tiempo, y aquellos que somos cobardes, no dudamos en utilizar la vía más fácil para quitarnos de encima ciertos obstáculos, como ser humano capitalista actual, mínimo esfuerzo máxima ganancia. Ciertos que no siguen este patrón de comportamiento, jactan mis actitudes, apelando a la catársis emocional violenta, sin bloques ni tapaduras que suelen ser los primeros primeras barreras de contención del ser honesto que trata de manifestarse dia a dia. Me siento mudo porque reprimo como buen cobarde. Dejo que me pisoteen. Para qué seguir redundando en el tema, mejor guardar silencio verbal y apelar a una descripción. Me encuentro en un rectangular pasillo utilizado para el "estar". Los apolvados muebles que habitan apelan a un espacio inutilizado, donde fantasmas de congregaciones se vienen a la mente de quienes hayan tenido presencia. Quizá toda esta casa es una metáfora a la inutilización de quienes la habitan. El jóven, dactilarmente mudo, decidió partir a las calles de su urbe para detener al sitio metálico blanquiverde de la transportación en masa, sin rumbo predeterminado. Hinca pié sobre barrios burgueses, con avenidas frondosas de árboles otoñales vírgenes de miradas ajenas. Todos pertenecen a los cubículos que los enclaustran. El encasillamiento es la opción que el man maschine se trajo para sí y para los objetos que utiliza. Así se siente una empatia con lo material.

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